Laura Medina Alemán
1948, 10 de Diciembre, la Asamblea General de la ONU proclama la Declaración Universal de DD.HH. como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse. En palabras de Séneca, la tolerancia, o respeto a la diversidad, viene a definirse como algo fácil de aplaudir, difícil de aplicar y muy difícil de explicar. Pero he aquí algo que podría aclararnos mucho sobre la tolerancia. Nació dentro de nuestras fronteras, en la ribera del Río Tajo, en Toledo, donde tres religiones como la judía, la católica y la musulmana convivían en el respeto.
Sin tolerancia no se concibe el concepto de multiculturalismo y sin una aceptación de este último término se hace muy complicada la convivencia en un mundo, el nuestro actual, tan globalizado. La inmigración, los avances en los sistemas de comunicación, la libre circulación de ciudadanos, entre otros, son algunos de los hechos transformadores de nuestro contexto social.
Pero claro, la Declaración de los DD.HH a pesar de guiarnos por lo que se sobreentiende es lo moralmente correcto nos sitúa en una encrucijada y es en este punto en donde me gustaría plantear lo siguiente. Hace un año surgió el conflicto sobre si una niña de ocho años podía asistir con hiyab a un colegio público de Gerona o un caso más reciente que ha tenido lugar en Alemania, donde se le prohíbe a una profesora de religión impartir clase con el pelo cubierto. ¿Sería entonces este asunto, de compleja resolución, un problema de aceptación de la diversidad por nuestra parte, o por el contrario deberíamos de catalogar como inaceptable la utilización del velo en colegios laicos por tratarse de un elemento discriminatorio? ¿Tolerancia en aras de la libertad o defensa de los derechos? Paradójicamente en esta cuestión, los términos de tolerancia y multiculturalismo se ven en conflicto, al diluirse los límites entre uno y otro.
En un país como el nuestro en el que la cifra de inmigrantes escolares asciende a 531.000, de los cuales 90.000 tienen su procedencia en países norteafricanos, debemos aceptar las diferencias culturales que nos separan, pero que al mismo tiempo nos acercan, porque ahí reside todo aquello que se desprende de la palabra tolerancia. Es decir, no tendríamos porqué rasgarnos las vestiduras, cuando en nuestro país se muestran constantemente símbolos religiosos, llegándose hasta el punto de convertirlos en atractivos turísticos tales como la mantilla -aunque de orígenes inciertos, posee una fuerte carga religiosa- los crucifijos o la vestimenta propia de la Semana Santa. He aquí la complejidad de este conflicto, en el que la declaración de los DD.HH lo único que puede hacer es guiarnos pero no aportarnos una solución absoluta.
Tolerancia (español), tolerance (inglés), toleranz (alemán), tollerance (italiano)… Todas las culturas entienden el mismo idioma en lo que a tolerancia se refiere, al menos lingüísticamente hablando. Pero ahora la lucha se debe centrar en conseguir que el multiculturalismo no sea sólo un vocablo más en el diccionario de todas las lenguas, sino, una `religión´ –en palabras de Víctor Hugo-, una realidad de todas las sociedades de Europa y del mundo.